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La familia
Los nuevos comienzos nunca son fáciles, pero confías en ellos y luchas para que funcionen. Cuando inicié el proceso de trasladar mi lugar de residencia a Mallorca lo hice de una manera muy ingenua. Con dos hijos, uno de ellos recién nacido, y yo, recién divorciada, solo tenía un objetivo: convertir Can Ramonet en nuestro hogar.
Maya
Mi primera hija, Maya, nació en Alaró el 19 de agosto de 1996, en plenas fiestas de Sant Roc. Ella nació a las ocho de la mañana y a las once estaba llamando a todos mis familiares para explicarles que ya éramos una más en la familia. En realidad, era un bebé que al principio no tenía nombre, su padre no quería que se llamase como la abeja Maya, pero yo fui insistente.
Durante todo ese tiempo mi madre no paraba de preguntarme si su nieta ya tenía nombre, estaba ansiosa por contar en Alemania que ya era abuela, pero anunciar que tienes una nieta pero que de momento no tiene nombre… no era lo suyo. Y allí estaba la abuela, día sí y día también preguntando por el ansiado nombre de su nieta.
Al final opté por Maya, es un nombre tan bonito. En la mitología hindú para unos Maya es la diosa madre o la persona creadora y para otros es la diosa de la apariencia y la ilusión. Aunque la elección de que fuese ese nombre fue cosa del destino.
Os explico: cuando era joven, yo no quería bajo ningún concepto ser madre, no entraba en mis planes. Pero a mi me encantaba leer, me podía pasar semanas en Alaró leyendo. Y en uno de esos, leí uno que me inspiró, y me pregunté: ¿por qué no vas a ser madre?. La cosa es que ocho años después del nacimiento de la niña, volví a coger aquel libro y me quedé maravillada: la protagonista de ese libro se llamaba Maya. Y yo no tenía recuerdo alguno. Créanme, el destino existe.
Tuve la gran suerte de quedarme embarazada muy rápido. Yo tenía muy claro que quería tener a mi hija en Mallorca así que vine a la isla 15 días antes de cumplir la fecha prevista de parto. A día de hoy esto sería imposible, ahora hay más seguridad tanto para el bebé como para la madre. Cuando llegué a la clínica donde tenía previsto que naciera la niña y vi embaldosado de arriba hasta abajo y una silla metálica dije: yo en este entorno no tengo a mi hija. Y como yo soy poco aventurera, me puse a buscar en ese mismo momento a un médico que me ayudara a tener el parto en casa. A 15 días de cumplir la fecha.
La noche del 18 de agosto la recuerdo entre risas, porque esa noche en Alaró hay una fiesta que se conoce como Flower Power. Yo estaba muy cansada: era el día que salía de cuentas, también era el primer día que me había reunido con el médico y la comadrona que me iban a ayudar con el parto, sí, el mismo día que salía de cuentas, ya sabéis como soy. Quería dormir, así que me tomé un vaso de leche caliente con miel – se lo recomiendo a todas las futuras madres porque salen unos hijos fantásticos – y me tumbé en la cama, pero me dolía mucho la barriga. Entre nosotros, yo pensaba que eran gases.
Mi comadrona me dijo que si eran contracciones falsas se irían en la bañera. Y allí me senté, entre cansada y cabreada, esperando a que se me pasara mientras de fondo sonaba Yellow Submarine de The Beatles. Allí todo el mundo estaba de fiesta, imagino que por eso Maya quería salir. Al cabo de tres horas de estar medio tumbada como una ballena en la bañera y ver que las contracciones no cesaban dije: “no se van, ¿qué hago?”. Entonces llamé al médico. Él llegó a las seis y a las ocho ya tenía a Maya en mis brazos.
He disfrutado mucho del tiempo con mi hija, sin familiares o amigos que te indican cómo se deben hacer las cosas. Con Maya aprendí poco a poco lo que es ser madre. En Alemania tenía el full equip de madre primeriza: cochecito, sombrilla, el bolso para llevar biberón o paquetes, su sombrero… Pero claro, yo quise tener a Maya en Mallorca y no me lo pude traer. Improvisé, y vaya aventura, la enrollé en unas sábanas que había por la casa y me fui a cenar por el pueblo. Todo fue muy natural y tranquilo. Disfruté mucho ese año con mi hija.
Yannis
Antes he dicho que la Tina del pasado no se planteaba tener hijos. Cuando decidí finalmente emprender la aventura de ser madre, me dije a mí misma que solo quería una niña. Realmente mis cálculos habían ido genial. Pero en menos de un año me quedé embarazada de mi segundo hijo, Yannis.
Con él en la barriga yo viví todo el proceso de buscar una propiedad adecuada para que la familia creciera. De hecho, nació dos días después de la segunda firma para adquirir Can Ramonet. Al poco tiempo de tener a Yannis me divorcié, pero aquella bolita rubia trajo mucha alegría a casa.
Recuerdo cómo vivíamos los tres en la pequeña casa que estaba recién reformada, quedó muy bonita, muy acogedora, pero no había corriente. Cuando el sol se iba, no se veía absolutamente nada. Todo estaba muy oscuro, vivíamos con generador, y cuando se rompía, los niños aguantaban una vela con la mano y yo lo arreglaba. No teníamos ni barrera para la casa. Lo normal es que yo me hubiese sentido sola, pero todo lo contrario, yo me sentía en paz con mis dos bebés y mis perros.
Soy muy afortunada de tener a mis dos hijos, siempre me han dado fuerzas para seguir luchando y juntos llegar a donde estamos a día de hoy. Eso sí, no hemos estado solos en el camino y os aseguro que ha sido muy divertido.
Volviendo a Yannis, fue uno de estos niños terremoto. No paraba, iba de arriba abajo siempre por el campo jugando. Recuerdo cuando era pequeño que quería irse de casa porque se había peleado con su hermana Maya. Y cuando digo pequeño, me refiero a que su altura no pasaba de mi cintura.
Cogió su mochila, pequeñita de tres colores, y emprendió su duro camino hasta la salida de casa que se topó, por casualidad eso sí, con la policía y lo trajeron de vuelta. Ahora lo cuento de manera anecdótica y entre risas, pero estoy segura que aquel día no me reía tanto.
Yannis era así, un desastre como todo niño pequeño que detrás guarda un gran corazón. Se podía pasar horas y horas jugando con nuestros animales. Cuidaba de todos ellos, les daba de comer, se subía encima, les hacía correr por todo el terreno… al final acababan más cansados ellos que el niño.
Buenos y malos momentos
No todo fue fácil. Los mallorquines tienen la costumbre de pasar el fin de semana en familia, sobre todo los domingos, comen juntos, quedan para hacer el café, pasan la tarde con un juego de mesa… Yo en la isla no tenía a nadie, solo a mis hijos. En Alemania tenía una amiga con un
hijo de la misma edad que los míos. Con ella podía quedar y hacer diferentes planes juntas, pero no estaba en Mallorca. Hubo muchos momentos en los que yo me pregunté: “¿Qué hago aquí?”, iba por temporadas, no todo era bonito, no os voy a mentir. Ahora lo pienso y menos mal que no me rendí.
Igualmente, a mis hijos los veía felices en casa y eso me llenaba. Jugaban con cualquier cosa que se encontraban por el campo, además, les puse una cocinita pequeña en el jardín con la que jugaron horas y horas, eso sí, siempre desnudos. De hecho, cuando quedaban con amigos para jugar siempre intentaba arreglarlos un poco y en cuanto me despistaba ya se habían quitado la ropa. Cosas de niños, y más si se crían en el campo. No sé si será por eso, pero recuerdo que de pequeños no se pusieron muy enfermos.
Los otros integrantes de la familia, nuestras mascotas
Realmente mi sueño, cuando todavía vivía en Alemania, era tener en casa un burro que me pudiese saludar por la ventana. Casi casi lo he conseguido. Mis dos primeros compañeros que me siguieron por toda Mallorca fueron mi Gran Danés, Pamela y el Pomeranian, Mickey.
En 1998 ya tenía dos burros, me los regalaron para mi cumpleaños: una mamá y su bebé, la pequeña Lisa todavía está con nosotros. Un año después, empezamos a tener una raza canina muy inusual en la isla, los Loberos Irlandeses, que pueden impresionar por su enorme tamaño, pero son unos animales muy amistosos y amables.
Poco a poco la familia iba creciendo, y yo encantada por supuesto. Fui al Mercat de Sineu a pasear. Por curiosidad, pregunté que valían los ponis. Por el macho pedían 120 mil pesetas y 150 mil por la hembra, era muchísimo. Decidí ir a dar toda la vuelta al mercat y sobre la una del mediodía volví a pasar, allí seguían. Le hice una propuesta al vendedor: “¿qué me pides si me llevo una pareja?”. Y me soltó que por 150 mil podía tener una pareja. Yo me reía, porque hacía un par de horas me pedía lo mismo solo por la hembra. Hasta me los trajo a casa. De hecho, mi maestro de obra que seguía trabajando en Can Ramonet se enfadó porque a él le había cobrado más.
La historia de los ponis no acaba aquí, una amiga también quería tener uno y volvimos al mercat, visitamos al mismo hombre al que yo le compré los ponis la primera vez. Y para sorpresa de nadie, me enamoré de otra pareja. Mi amiga, como ya me conoce, quiso ofrecerme uno más, como sabía que yo no iba a dar un no por respuesta… La cuestión es que volví a Can Ramonet con tres nuevos integrantes, ya eran cinco ponis en total.
En esta casa también hay cerdos. El primero que tuvimos fue el pequeño Püppi, un cerdo mallorquín que me regalaron un amigo en Sineu. Ese día también paseaba por el mercat y un amigo alemán necesitaba una valla eléctrica para sus animales y el vendedor como era mallorquín no lo entendía , yo le ayudé traduciendo la conversación. Un rato después, volvió mi amigo con un cerdito pequeño y me dijo: “Gracias por tu ayuda”. Me encontraba en medio de Sineu con un cerdo bebé en mis brazos. Lo traje para casa, y le puse un arnés, no fue nada fácil, de verdad. Ella iba suelta por todo, y crecía muy muy rápido, pero la verdad que era muy dócil.
Recuerdo que los albañiles que aún trabajaban en mi casa tenían miedo de Püppi, no era para menos, pesaba alrededor de 300 kilos. Pero yo iba a llamarlo con una zanahoria en la mano y me seguía detrás muy contento con sus orejas dando pequeños saltos.
Luego llegó a la familia Cinderella, que también me la regalaron unos mallorquines que sinceramente, no conocía. Me preguntaron si la quería, mi respuesta como siempre fue: Sí, y cuando me di cuenta volvía a tener una cerdita en los brazos. Al principio era tan pequeña, del tamaño de un conejo, que la puse en la bañera durante las tres primeras semanas. Se duchó conmigo y todo. Luego ya estuvo fuera viviendo con los perros. También tuvimos a Lucy, que no querían unos conocidos y la acogimos para que tuviese un hogar. Cinderella y Lucy la verdad es que no eran muy amigas pero lograron convivir juntas.
La suerte de formar una familia en Mallorca
Es una suerte que el sitio donde vives te de paz y tranquilidad. También me refiero a los niños, porque realmente creo que Mallorca es un sitio seguro donde tus hijos pueden ir a jugar y relacionarse sin tener que estar preocupada todo el tiempo. Además, en la isla, los niños son bienvenidos en cualquier lugar, si vas a cualquier local, restaurante, donde sea, los adultos hacen caso a los pequeños.
En Alemania no es así, allí los niños tienen que estar callados, no pueden molestar a los mayores. Al final, querer que sean así es amoldarlos a una personalidad que no les deja experimentar ni ser libres. Poder vivir todo esto ha sido fruto de mucho esfuerzo y trabajo que nos ha permitido crecer con mi empresa.
De Mallorca podría destacar también el entorno, la naturaleza, los animales, el aire que se respira… Y más, si vives en un campo como nosotros, donde solo se escuchan pájaros y nuestros animales. Vivir aquí es un regalo.