CAN RAMONET
De ruinas a hogar
Recuerdo cómo si fuese ayer cuando subía aquel camino lleno de baches, con un muro de piedra, pinos y olivos hasta llegar a la casa completamente derruida. También recuerdo el sitio exacto donde me enamoré de la finca, fue en el camino donde empezaba la pared de piedra, que en aquel entonces daba paso a un entorno mágico lleno de vegetación.
La parte más antigua de Can Ramonet tiene 200 años, fue una casa que se hizo por fases. Todavía conservo algunos detalles antiguos de la casa, como el arco de piedra de la entrada y la escalera, las anillas que utilizaban para atar a los burros dentro de la casa o la pica de piedra que utilizaban para lavar los platos.
El terreno llevaba ni más ni menos que 40 años sin habitar, para mí, era un lugar encantado, y eso solo lo podía ver con una mirada mágica, que sólo podía ver yo. El techo estaba derrumbado, tampoco quedaban muchas paredes en pie. Había nidos de ratas, nada dentro, nada fuera, pero con unas vistas impresionantes de la Serra de Tramuntana y el Puig de Santa Magdalena.
El proceso de compra
En aquel entonces los anuncios para comprar una propiedad salían en el periódico una vez por semana, llamabas al anunciante, sin haber visto fotos ni nada, solo una breve descripción e ibas a ver la casa.
Fui a ver Can Ramonet con la inmobiliaria que salía en el anuncio, un alemán y también nos acompañó un mallorquín, en ese momento no entendía muy bien qué hacía allí aquel hombre. Mi español en aquellos tiempos era muy básico y por eso opté por comunicarme con el alemán que me señaló el precio de la finca, en ese momento, de 55 millones de pesetas. Mientras, yo pensaba que el mallorquín era un representante de los propietarios, luego supe que eran un tipo de socios.
La cuestión es que me fui feliz, soñando con mi futura casa. Casualidades de la vida, conocía a un vecino de la zona al que le conté mi visita a Can Ramonet: “Estoy muy ilusionada, me ha encantado esta casa”, le dije. Él sabía a qué casa me refería, y su respuesta me dejó helada: “Sí, es una casa que hace tiempo que está en el mercado y piden 45 millones de pesetas por ella”. Mi cara era un cuadro.
A mí la inmobiliaria me había dicho 55. Díez millones de pesetas más. Les llamé, y les dije que por mucho que me gustará la propiedad a mí nadie me engañaba. Ya daba la casa por perdida.
Con la decepción que me llevé, no me quedó otra que seguir buscando otras propiedades donde formar mi hogar. Y es interesante, cosas del destino, que miré dos casas: una en Selva y otra en Santa Eugènia, y a día de hoy en Engel & Völkers tenemos las mismas en venta.
A todo esto, yo seguía con el proceso de venta de la casa de Alaró. Al cabo de unos meses sonó mi teléfono, y sorpresa, era el mallorquín de Can Ramonet. Él ya sabía de antes que esa casa en venta era la mía, y cuando supo que puse el cartel con mi teléfono, pasó por allí a propósito, para poder llamarme.
Me preguntó si me acordaba de él, y para rematar, si todavía estaba interesada en la finca. Mi respuesta fue clara: por mucho que me gusté la casa, no puedo comprar por 55 lo que estás vendiendo por 45 millones de pesetas. Me volvió a sorprender con su respuesta, me aseguró que no me preocupase, que si quería Can Ramonet la iba a tener.
Y se la compré, a una familia inquera de siete hermanos, uno de ellos con 97 años, y por temas de herencia, me hicieron pagar la casa en dos plazos. No olvidemos que durante todo este proceso yo estaba embarazada de Yannis, de hecho, no pude ir a la segunda firma porque a los dos días nació.
La reforma
Después de todo el proceso de compra solo quedaba reformarla. Casi nada. Una casa que no tenía ni techo. Yo realmente estaba en una nube rosa, podía ver reflejada sobre ese terreno la casa que iba a ser mi hogar. Mi ilusión aumentó todavía más cuando el arquitecto me hizo a mano un dibujo de cómo iba a quedar la casa.
Por suerte mis familiares ya me conocían, y aunque podían pensar que me estaba precipitando, sabían que si yo tenía algo en la cabeza iba a ir a por ello. Mi padre estaba horrorizado, cuando vio las fotos soltó que “eso no es nada más que un montón de piedras”. Yo no veía el montón de piedras, yo veía en mi cabeza el resultado.
El primer paso era conseguir la licencia de reforma y ampliación, cuando la tuvimos empezamos en septiembre de 1999. Y el 24 de diciembre del mismo año yo ya vivía allí. Increíble pero cierto. Eso sí, era en la casa pequeña, que años atrás habían sido los establos.
Para que os hagáis una idea, a las dos del mediodía salía de la casa el electricista y yo estaba poniendo el árbol de navidad en un bloque de cemento, porque no había nada más, pero yo no podía permitir que fuese Nochebuena y en mi casa no hubiera árbol. La propiedad estaba patas arriba, la casa pequeña terminada, la terraza a medias, alrededor todo lleno de escombros… No había ni jardín, si un día llovía había barro por todo. Pero el árbol de navidad no iba a faltar.
El ancla
Esta casa para mí es el ancla de mi vida. Yo estoy convencida de que aquí hay unas energías que me cuidan mucho. Cuando me alejo de Inca, y empiezo a ver los árboles del camino de mi casa lo que siento es alivio.
Y hablando de energías… Os aseguro que me cuidan porque las respeto firmemente. Cuando llegamos a la finca, ya sabéis que hacía 40 años que nadie la habitaba, y a mi me incomodaba entrar en un lugar que anteriormente había vivido otra familia, por eso, durante mucho mucho tiempo, encendía una vela que colocaba al lado de la entrada de la cocina. Realmente hay gente que no cree en todo esto, y que puede pensar que estoy loca, pero las personas que sí creen, estoy segura que saben de lo que les hablo.
Me hace sentir tan orgullosa y privilegiada ver todo el proceso que ha pasado Can Ramonet… De hecho en un futuro quiero construir un nuevo hogar con mi marido, y lo hemos intentado dos veces, pero por A o por B no nos hemos ido. Yo creo que el sitio no quiere que me vaya.